¿Por qué callar si nací gritando?

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lunes, 24 de marzo de 2014

Recuerdos para vomitar

Llueven en tu garganta
los cadáveres
de quienes te amaron,
como la hostia de un genocidio
sentimental

Famélico

Crecen árboles en su estómago,
con flores que caen en otoño
y nunca dan frutos.
Los árboles también lloran,
se ahorcan
y no terminan de morir.
Promesas no son alimento,
por eso ladran las tripas
desoladas bajo esa boca
que nada sabe
sino masticar un montón de aire
y apenas le sirve para vivir.
Lápidas de esperanza
adornan el cementerio
de los apenes.
“Igual que ayer,
hoy tampoco se come”,
ladran las tripas desoladas
sobre los árboles sin frutos,
ahí en el estómago,
donde no hay novedad.



martes, 11 de marzo de 2014

Carta de un joven bibliotecario


Anabella, has decidido marcharte y no puedo hacer nada para evitarlo. Contigo se van todos mis espermatozoides muertos, tu cuerpo será su cementerio. Recuerdo que un día te dije que yo sería tu manicomio, que ibas a habitarme. Mentí. Tu ropa aún está en el cajón de mi armario, ordenada con esa compulsiva manía tuya que altera mi desorden. Las fotografías que un día eternizaron la burla que le jugábamos al tiempo esperan por ti. No me dejes ninguna porque es posible que se empolven y se conviertan en cenizas, como nuestro amor.

A pesar de que es mío, dejaré que te lleves a Einstein. Se ha encariñado más contigo que conmigo. Trata de cuidarlo y estar pendiente de él porque ahora sólo ladra para comer y es posible que no te alerte si hay alguien husmeando en tu nuevo hogar. Pierde cuidado, Einstein te seguirá a todos lados. Sí te será fiel, como tanto querías que yo lo fuera. Sé que mi lealtad no te bastó y que es inútil hablar de eso.

Puedes llevarte la cocina que para nada me sirve, sino para quemar el alimento. También el microondas. Como bien te has podido dar cuenta, prefiero las cosas frías, pero no los momentos. Sobre el escritorio de mi oficina están todas las cartas que te escribí cuando me era imposible verte. Tus padres tuvieron algo de razón con la opinión que habían forjado sobre mí: “es un espécimen raro”.Jamás te entregué esas cartas y si no me he deshecho de ellas es porque son tuyas. Creo que mereces tener la opción de leerlas a destiempo o rompérmelas en la cara.

El “no me olvides” que plantaste en el jardín ha crecido tanto que resulta ridículo pensar que lo podrás transportar, pero por las dudas he comenzado a cavar hondo por si luego te animas a plantarlo en otro lado.  En toda la casa se encuentra impregnado el olor de tu perfume, no sé cómo harás para llevártelo. Esa es una encrucijada que me altera el cerebro. 

Anabella, puedes llevarte los recuerdos, las caricias y borrarlas con el danzar imparable de las manecillas del reloj. Tienes todo el derecho, el absoluto derecho, de coger el repostero, la cama donde resucitábamos, el caramelito de limón que me regalaste y que aún guardo bajo mi almohada porque según creía me daba suerte. Posees la libertad de asir los muebles, las ollas, los candelabros y con ellos la luz del hogar.

Puedes llevarte la casa entera si quieres, o si prefieres ladrillo por ladrillo y cada parte de mi corazón. Pero tan sólo te pido, te imploro, que no te lleves mis libros, ¡Mis libros no, por favor!; que Vallejo, Bukowski, Baudelaire, Martín Adán, Antón Chejov y Blanca Varela se queden conmigo. Que “Cien años de soledad” conserve sus páginas completas, que Leopoldo María Panero siga siendo el mismo loco que sale de las hojas para follarme la mente con sus versos, que Isabel Allende me cautive con la sensualidad de sus textos. ¡Maldita sea! que ni se te ocurra llevar escondida entre tus ropas a Remedios, la bella; a Don quijote; ni a Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; ni a“Pichulita” Cuellar; ni a Lolita, la ninfa de su padrastro; ni a Jean Baptiste Grenouille, quien tenía un olfato prodigioso y una mente perturbada; ni a  Penélope, la amante fiel; ni a Madame Bovary, que es todo lo contrario. Porque puedes llevarte todo, todo, menos mi vida. Porque sin la literatura estoy jodido, acabado, muerto y sin opción a reencarnarme ni siquiera en un analfabeto. ¡Con mis libros no!, ¡No, por favor!

lunes, 10 de marzo de 2014

La condena de los últimos hombres


Podrán cortar el último árbol del mundo pero su raíz quedará incrustada en las grietas de la tierra como evidencia de que alguna vez existió. Serán pocos los habitantes que tendrán el exquisito privilegio de saber cuál es el olor de una rosa, una orquídea o  un girasol. Para la gran mayoría, el único aroma natural que olerán será el de sus propios cuerpos sudorosos. Las únicas flores que existirán serán las plasmadas en pinturas o en fotos de libros abandonados. Las  personas comprenderán, con una nostalgia ajena, que era la época en que los colores cálidos cubrían nuestro planeta. Lejos de las ciudades ya no resaltarán los paisajes de campos verdes; por el contrario, sólo habrán bosques de concreto y muladares por doquier.

El dinero y los metales preciosos servirán tan solo para ser detestados, pues la cruel ambición desmedida de los hombres ocasionará la irremediable apertura de la destrucción. Las monedas quedarán como el fetiche coleccionable de un tiempo en el que el dinero valía más que la propia vida. Los ricos, muy tarde, entenderán que el dinero no sirve para ser comido, que las diferencias de clases son un ideal absurdo cuando todo el mundo muere de hambre, y que el poder tiende a embriagar  las mentes para maquinar ideas despiadadas.

La muerte recorrerá las calles llevándose a los débiles. La inanición invadirá a los habitantes de todos los continentes. El tiempo aproximado de vida de una persona se reducirá radicalmente. Los pocos animales aún vivos, estarán iguales o más desnutridos que los hombres, y éstos últimos devorarán hasta sus huesos como alimento. Por fin llegará el momento en que todos los humanos se miren entre sí y no se encontrarán diferencias, pues todos por igual pagarán las consecuencias de sus antepasados, quienes no supieron respetar a la naturaleza.

Será un tormento estar consciente, pues el calor caerá como un martillo sobre las cabezas de las personas. La capa de ozono será un guiñapo, el sol un láser inclemente y la lluvia ácida una consecuencia devastadora. El agua, aunque contaminada, será el nuevo oro, y el conseguirla producirá el caos total.

Los hombres se preguntarán por qué las antiguas generaciones -a pesar de haber tenido un acelerado desarrollo tecnológico- no se preocuparon por la preservación del medio ambiente y sin darse cuenta asesinaron con lentitud a nuestra madre tierra. Por qué renunciaron al romance  entre los seres y la naturaleza, limitando la prolongación de su propia estirpe. Se harán una y mil preguntas y sólo obtendrán como respuesta el lamento de la tierra cansada de llorar.