Podrán cortar el último
árbol del mundo pero su raíz quedará incrustada en las grietas de la tierra
como evidencia de que alguna vez existió. Serán pocos los habitantes que
tendrán el exquisito privilegio de saber cuál es el olor de una rosa, una
orquídea o un girasol. Para la gran
mayoría, el único aroma natural que olerán será el de sus propios cuerpos
sudorosos. Las únicas flores que existirán serán las plasmadas en pinturas o en
fotos de libros abandonados. Las
personas comprenderán, con una nostalgia ajena, que era la época en que
los colores cálidos cubrían nuestro planeta. Lejos de las ciudades ya no
resaltarán los paisajes de campos verdes; por el contrario, sólo habrán bosques
de concreto y muladares por doquier.
El dinero y los metales
preciosos servirán tan solo para ser detestados, pues la cruel ambición
desmedida de los hombres ocasionará la irremediable apertura de la destrucción.
Las monedas quedarán como el fetiche coleccionable de un tiempo en el que el
dinero valía más que la propia vida. Los ricos, muy tarde, entenderán que el
dinero no sirve para ser comido, que las diferencias de clases son un ideal
absurdo cuando todo el mundo muere de hambre, y que el poder tiende a
embriagar las mentes para maquinar ideas
despiadadas.
La muerte recorrerá las
calles llevándose a los débiles. La inanición invadirá a los habitantes de todos
los continentes. El tiempo aproximado de vida de una persona se reducirá
radicalmente. Los pocos animales aún vivos, estarán iguales o más desnutridos
que los hombres, y éstos últimos devorarán hasta sus huesos como alimento. Por
fin llegará el momento en que todos los humanos se miren entre sí y no se
encontrarán diferencias, pues todos por igual pagarán las consecuencias de sus
antepasados, quienes no supieron respetar a la naturaleza.
Será un tormento estar
consciente, pues el calor caerá como un martillo sobre las cabezas de las
personas. La capa de ozono será un guiñapo, el sol un láser inclemente y la
lluvia ácida una consecuencia devastadora. El agua, aunque contaminada, será el
nuevo oro, y el conseguirla producirá el caos total.
Los hombres se preguntarán
por qué las antiguas generaciones -a pesar de haber tenido un acelerado
desarrollo tecnológico- no se preocuparon por la preservación del medio
ambiente y sin darse cuenta asesinaron con lentitud a nuestra madre tierra. Por
qué renunciaron al romance entre los
seres y la naturaleza, limitando la prolongación de su propia estirpe. Se harán
una y mil preguntas y sólo obtendrán como respuesta el lamento de la tierra
cansada de llorar.