¿Por qué callar si nací gritando?

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viernes, 22 de enero de 2016

La ciudad de los feos





No hay un hombre más afortunado que Arturo. Ve pasar a una chica guapa, le dice hola y la enamora. Así de simple, facilito. Va por las calles con naturalidad, con ligereza de me importa un pepino si el mundo se destruye en este instante, y las chicas caen rendidas, babeando, porque él las saluda con sonrisa matadora, como de galán de telenovela, de actor de cine, de monaliso.

Repito, no hay un hombre más afortunado que Arturo, que Arthur para las amigas y los conocidos, porque en inglés es más chévere, más pajita pulenta, más en onda. Nosotros, los demás hombres de este barrio, le tenemos envidia, y las mujeres le tienen ganas. Creemos que debe ser un semidios, como el tal Aquiles, por lo de semental y bello… ¡qué digo bello!, hermoso.

No hay negación que valga, ese tipo ha nacido con la dicha de poseer una belleza inigualable, tanto así que en esta ciudad todos parecemos feos porque Arthur nos opaca. Sin embargo, lo que Arthur no sabe es que su suerte está por acabar, porque no se puede ir de pindingo toda la vida, agarrándose a la mejor falda que se le cruce por el camino. Además -y sobre todo- porque ha cometido el groso error de levantarse a la hija y a la esposa del coronel Landa y no contento con eso se ha cogido a la sobrina del juez Morales, a quien todos le tenemos ganas, pero la cosa no termina ahí, no, no, no, Si tuviera que enumerar a todas las féminas solo bastaría con restar a las ancianas y a las niñas de la ciudad, y a Rosa que es lesbiana, y a Daniela que es lesbiana asolapada y novia de Rosa.

Por eso todos los feos de esta ciudad, incitados por el propio coronel Landa y por el juez Morales, han decidido hacer justicia por sus propias manos, esta noche irán hasta la casa de Arthur a darle una pequeña lección, a enseñarle que los feos son mayoría y que a ellos se les respeta. En esta civita de andar enclenque no se tolera tanta belleza y menos tantos cachos.

Por supuesto que yo también he ido, no por ser feo, sino porque al igual que los católicos que en tiempos de la santa inquisición se regocijaban con las ejecuciones de los blasfemos, yo quiero regocijarme con el escarnio del hombre más hermoso que ha podido engendrar esta tierra. Yo voy por pura curiosidad.

Tienen que verlo con sus propios ojos, tienen que verlo, las mujeres han salido a proteger a Arthur, formando una muralla frente a su cuerpo. Pero por las huevas es, han salido corriendo al ver que el coronel Landa ha desenfundado su pistola, es una Glock de 9 milímetros, traída de la mismísima Australia, así vocifera Landa que apunta al cuerpo de Arthur con la mano firme y con el dedo índice acariciando el disparador. ¡Pero qué tonto es Arthur!, que chistoso se ve, ha comenzado a temblar como las gelatinas desabridas que vende doña Milaura ¡pero qué gracioso es!, suda como alumno de colegio primario ante su primera exposición. Arthur suda y suda como si estuviera en el infierno y en verdad lo está, ha comenzado a pedir clemencia – ¡Clemencia mis cojones! – Grita el juez Morales.

¡Qué torpe es Arthur!, se ha orinado frente a todos los feos, como un niñorecién nacido, como un viejo con incontinencia renal. El coronel, que no tolera mariconadas, le ha apuntado en la entrepierna y todos los feos se han reído.

¡Pobre Arthur! murmura uno de los feos. ¿Pobre?, ¡POBRE MIS COJONES!, ha replicado el juez Morales incitando al coronel a que dispare de una vez. Por fin ¡blooommm!, luego silencio. Un balazo directo a los testículos. Yo me agarro, me cubro, me protejo los huevos por inercia, los feos también, porque a pesar de ser feos, son hombres. El hombre más hermoso de la ciudad grita, llora y se desangra a chorros bajo su pórtico, observando con un horror macabro sus propios testículos inmóviles, fuera de su escroto, estáticos sobre la acera. Todas las mujeres de la ciudad se han acercado nuevamente, pero esta vez no a protegerlo, sino a llorar con él, porque saben que Arthur ya no volverá a ser hermoso, porque por las puras es un hombre con la cosa cercenada. Los gritos duran toda la noche, las mujeres se quedan a su lado hasta que ya no hay sangre en su cuerpo, ni aire,

ni vida. Yo en casa pienso que no hay un hombre más desdichado que Arturo, que Arthur como le decían sus amigas y conocidos, porque en inglés era más chévere, más pajita pulenta, más en onda. Tengo miedo, a decir verdad tengo pánico, me he escondido bajo la cama con un montón de frazadas porque yo también tiro mi pinta, para desgracia tengo mi gracia, mi sexapil. Lo bueno y lo único que me consuela es que los feos aún no se han dado cuenta y creo que las mujeres tampoco, y eso es raro, rarísimo. Ojalá que nunca se den cuenta de lo hermoso que soy, sino estoy frito pescadito.



lunes, 24 de marzo de 2014

Recuerdos para vomitar

Llueven en tu garganta
los cadáveres
de quienes te amaron,
como la hostia de un genocidio
sentimental

Famélico

Crecen árboles en su estómago,
con flores que caen en otoño
y nunca dan frutos.
Los árboles también lloran,
se ahorcan
y no terminan de morir.
Promesas no son alimento,
por eso ladran las tripas
desoladas bajo esa boca
que nada sabe
sino masticar un montón de aire
y apenas le sirve para vivir.
Lápidas de esperanza
adornan el cementerio
de los apenes.
“Igual que ayer,
hoy tampoco se come”,
ladran las tripas desoladas
sobre los árboles sin frutos,
ahí en el estómago,
donde no hay novedad.



martes, 11 de marzo de 2014

Carta de un joven bibliotecario


Anabella, has decidido marcharte y no puedo hacer nada para evitarlo. Contigo se van todos mis espermatozoides muertos, tu cuerpo será su cementerio. Recuerdo que un día te dije que yo sería tu manicomio, que ibas a habitarme. Mentí. Tu ropa aún está en el cajón de mi armario, ordenada con esa compulsiva manía tuya que altera mi desorden. Las fotografías que un día eternizaron la burla que le jugábamos al tiempo esperan por ti. No me dejes ninguna porque es posible que se empolven y se conviertan en cenizas, como nuestro amor.

A pesar de que es mío, dejaré que te lleves a Einstein. Se ha encariñado más contigo que conmigo. Trata de cuidarlo y estar pendiente de él porque ahora sólo ladra para comer y es posible que no te alerte si hay alguien husmeando en tu nuevo hogar. Pierde cuidado, Einstein te seguirá a todos lados. Sí te será fiel, como tanto querías que yo lo fuera. Sé que mi lealtad no te bastó y que es inútil hablar de eso.

Puedes llevarte la cocina que para nada me sirve, sino para quemar el alimento. También el microondas. Como bien te has podido dar cuenta, prefiero las cosas frías, pero no los momentos. Sobre el escritorio de mi oficina están todas las cartas que te escribí cuando me era imposible verte. Tus padres tuvieron algo de razón con la opinión que habían forjado sobre mí: “es un espécimen raro”.Jamás te entregué esas cartas y si no me he deshecho de ellas es porque son tuyas. Creo que mereces tener la opción de leerlas a destiempo o rompérmelas en la cara.

El “no me olvides” que plantaste en el jardín ha crecido tanto que resulta ridículo pensar que lo podrás transportar, pero por las dudas he comenzado a cavar hondo por si luego te animas a plantarlo en otro lado.  En toda la casa se encuentra impregnado el olor de tu perfume, no sé cómo harás para llevártelo. Esa es una encrucijada que me altera el cerebro. 

Anabella, puedes llevarte los recuerdos, las caricias y borrarlas con el danzar imparable de las manecillas del reloj. Tienes todo el derecho, el absoluto derecho, de coger el repostero, la cama donde resucitábamos, el caramelito de limón que me regalaste y que aún guardo bajo mi almohada porque según creía me daba suerte. Posees la libertad de asir los muebles, las ollas, los candelabros y con ellos la luz del hogar.

Puedes llevarte la casa entera si quieres, o si prefieres ladrillo por ladrillo y cada parte de mi corazón. Pero tan sólo te pido, te imploro, que no te lleves mis libros, ¡Mis libros no, por favor!; que Vallejo, Bukowski, Baudelaire, Martín Adán, Antón Chejov y Blanca Varela se queden conmigo. Que “Cien años de soledad” conserve sus páginas completas, que Leopoldo María Panero siga siendo el mismo loco que sale de las hojas para follarme la mente con sus versos, que Isabel Allende me cautive con la sensualidad de sus textos. ¡Maldita sea! que ni se te ocurra llevar escondida entre tus ropas a Remedios, la bella; a Don quijote; ni a Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; ni a“Pichulita” Cuellar; ni a Lolita, la ninfa de su padrastro; ni a Jean Baptiste Grenouille, quien tenía un olfato prodigioso y una mente perturbada; ni a  Penélope, la amante fiel; ni a Madame Bovary, que es todo lo contrario. Porque puedes llevarte todo, todo, menos mi vida. Porque sin la literatura estoy jodido, acabado, muerto y sin opción a reencarnarme ni siquiera en un analfabeto. ¡Con mis libros no!, ¡No, por favor!

lunes, 10 de marzo de 2014

La condena de los últimos hombres


Podrán cortar el último árbol del mundo pero su raíz quedará incrustada en las grietas de la tierra como evidencia de que alguna vez existió. Serán pocos los habitantes que tendrán el exquisito privilegio de saber cuál es el olor de una rosa, una orquídea o  un girasol. Para la gran mayoría, el único aroma natural que olerán será el de sus propios cuerpos sudorosos. Las únicas flores que existirán serán las plasmadas en pinturas o en fotos de libros abandonados. Las  personas comprenderán, con una nostalgia ajena, que era la época en que los colores cálidos cubrían nuestro planeta. Lejos de las ciudades ya no resaltarán los paisajes de campos verdes; por el contrario, sólo habrán bosques de concreto y muladares por doquier.

El dinero y los metales preciosos servirán tan solo para ser detestados, pues la cruel ambición desmedida de los hombres ocasionará la irremediable apertura de la destrucción. Las monedas quedarán como el fetiche coleccionable de un tiempo en el que el dinero valía más que la propia vida. Los ricos, muy tarde, entenderán que el dinero no sirve para ser comido, que las diferencias de clases son un ideal absurdo cuando todo el mundo muere de hambre, y que el poder tiende a embriagar  las mentes para maquinar ideas despiadadas.

La muerte recorrerá las calles llevándose a los débiles. La inanición invadirá a los habitantes de todos los continentes. El tiempo aproximado de vida de una persona se reducirá radicalmente. Los pocos animales aún vivos, estarán iguales o más desnutridos que los hombres, y éstos últimos devorarán hasta sus huesos como alimento. Por fin llegará el momento en que todos los humanos se miren entre sí y no se encontrarán diferencias, pues todos por igual pagarán las consecuencias de sus antepasados, quienes no supieron respetar a la naturaleza.

Será un tormento estar consciente, pues el calor caerá como un martillo sobre las cabezas de las personas. La capa de ozono será un guiñapo, el sol un láser inclemente y la lluvia ácida una consecuencia devastadora. El agua, aunque contaminada, será el nuevo oro, y el conseguirla producirá el caos total.

Los hombres se preguntarán por qué las antiguas generaciones -a pesar de haber tenido un acelerado desarrollo tecnológico- no se preocuparon por la preservación del medio ambiente y sin darse cuenta asesinaron con lentitud a nuestra madre tierra. Por qué renunciaron al romance  entre los seres y la naturaleza, limitando la prolongación de su propia estirpe. Se harán una y mil preguntas y sólo obtendrán como respuesta el lamento de la tierra cansada de llorar.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Cursi - besos bajo la lluvia

Desvelaban los bordes de sus pétalos
- como el insomnio de la orquídea -
En las madrugadas
en que las nubes cortaban cebollas

martes, 4 de diciembre de 2012

Oración de salud

¡Oh cerveza!
bendita seas
entre todas las bebidas,
bendito sea el fruto
de tu alcohol sobre mi cuello
pero por debajo
de todos mis cabellos.
Ahí en el seso,
en mi pobre masa cerebral.