No hay un hombre más afortunado que Arturo. Ve pasar a una chica guapa, le dice hola y la enamora. Así de simple, facilito. Va por las calles con naturalidad, con ligereza de me importa un pepino si el mundo se destruye en este instante, y las chicas caen rendidas, babeando, porque él las saluda con sonrisa matadora, como de galán de telenovela, de actor de cine, de monaliso.
Repito, no hay un hombre más afortunado que Arturo, que Arthur para las amigas y los conocidos, porque en inglés es más chévere, más pajita pulenta, más en onda. Nosotros, los demás hombres de este barrio, le tenemos envidia, y las mujeres le tienen ganas. Creemos que debe ser un semidios, como el tal Aquiles, por lo de semental y bello… ¡qué digo bello!, hermoso.
No hay negación que valga, ese tipo ha nacido con la dicha de poseer una belleza inigualable, tanto así que en esta ciudad todos parecemos feos porque Arthur nos opaca. Sin embargo, lo que Arthur no sabe es que su suerte está por acabar, porque no se puede ir de pindingo toda la vida, agarrándose a la mejor falda que se le cruce por el camino. Además -y sobre todo- porque ha cometido el groso error de levantarse a la hija y a la esposa del coronel Landa y no contento con eso se ha cogido a la sobrina del juez Morales, a quien todos le tenemos ganas, pero la cosa no termina ahí, no, no, no, Si tuviera que enumerar a todas las féminas solo bastaría con restar a las ancianas y a las niñas de la ciudad, y a Rosa que es lesbiana, y a Daniela que es lesbiana asolapada y novia de Rosa.
Por eso todos los feos de esta ciudad, incitados por el propio coronel Landa y por el juez Morales, han decidido hacer justicia por sus propias manos, esta noche irán hasta la casa de Arthur a darle una pequeña lección, a enseñarle que los feos son mayoría y que a ellos se les respeta. En esta civita de andar enclenque no se tolera tanta belleza y menos tantos cachos.
Por supuesto que yo también he ido, no por ser feo, sino porque al igual que los católicos que en tiempos de la santa inquisición se regocijaban con las ejecuciones de los blasfemos, yo quiero regocijarme con el escarnio del hombre más hermoso que ha podido engendrar esta tierra. Yo voy por pura curiosidad.
Tienen que verlo con sus propios ojos, tienen que verlo, las mujeres han salido a proteger a Arthur, formando una muralla frente a su cuerpo. Pero por las huevas es, han salido corriendo al ver que el coronel Landa ha desenfundado su pistola, es una Glock de 9 milímetros, traída de la mismísima Australia, así vocifera Landa que apunta al cuerpo de Arthur con la mano firme y con el dedo índice acariciando el disparador. ¡Pero qué tonto es Arthur!, que chistoso se ve, ha comenzado a temblar como las gelatinas desabridas que vende doña Milaura ¡pero qué gracioso es!, suda como alumno de colegio primario ante su primera exposición. Arthur suda y suda como si estuviera en el infierno y en verdad lo está, ha comenzado a pedir clemencia – ¡Clemencia mis cojones! – Grita el juez Morales.
¡Qué torpe es Arthur!, se ha orinado frente a todos los feos, como un niñorecién nacido, como un viejo con incontinencia renal. El coronel, que no tolera mariconadas, le ha apuntado en la entrepierna y todos los feos se han reído.
¡Pobre Arthur! murmura uno de los feos. ¿Pobre?, ¡POBRE MIS COJONES!, ha replicado el juez Morales incitando al coronel a que dispare de una vez. Por fin ¡blooommm!, luego silencio. Un balazo directo a los testículos. Yo me agarro, me cubro, me protejo los huevos por inercia, los feos también, porque a pesar de ser feos, son hombres. El hombre más hermoso de la ciudad grita, llora y se desangra a chorros bajo su pórtico, observando con un horror macabro sus propios testículos inmóviles, fuera de su escroto, estáticos sobre la acera. Todas las mujeres de la ciudad se han acercado nuevamente, pero esta vez no a protegerlo, sino a llorar con él, porque saben que Arthur ya no volverá a ser hermoso, porque por las puras es un hombre con la cosa cercenada. Los gritos duran toda la noche, las mujeres se quedan a su lado hasta que ya no hay sangre en su cuerpo, ni aire,
ni vida. Yo en casa pienso que no hay un hombre más desdichado que Arturo, que Arthur como le decían sus amigas y conocidos, porque en inglés era más chévere, más pajita pulenta, más en onda. Tengo miedo, a decir verdad tengo pánico, me he escondido bajo la cama con un montón de frazadas porque yo también tiro mi pinta, para desgracia tengo mi gracia, mi sexapil. Lo bueno y lo único que me consuela es que los feos aún no se han dado cuenta y creo que las mujeres tampoco, y eso es raro, rarísimo. Ojalá que nunca se den cuenta de lo hermoso que soy, sino estoy frito pescadito.