¿Por qué callar si nací gritando?

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miércoles, 24 de octubre de 2012

Rojo sanguinolento


Entre el campanear de la misa de las nueve y el momento en que el humo de incienso que invadió por completo la iglesia del perpetuo Socorro, Jie Lee empezó a sangrar de la entrepierna, primero distraída, sin darse cuenta, sólo algunas gotas y luego alarmada, al sentirse incómodamente mojada y percatarse de que un color rojizo iba adueñándose de su vestido blanco. 

Estaba sentada en un extremo de una de las tantas bancas ocupadas por un gran número de fieles devotos y jugaba  distraída con la cruz del rosario heredado de su abuela materna hasta el momento en que el miedo la invadió por completo. 

Con desesperación apretó muy fuerte la palma de su mano derecha en su boca para evitar que se escucharan sus gritos quejumbrosos y  posó, casi temblando, la mano izquierda en la entrepierna como un intento de ocultar lo inocultable.

Jie lee, de piel clara había palidecido al extremo de que sus labios originalmente rosados se encontraban de un color asemejado al de los muerto. Se puso témpano, rígida como glacial pero la lava de su volcán seguía su curso imparable.

Fue viernes santo el día en que por primera vez pensó que a diferencia de todas las mujeres ella llevaba un infierno en su interior. 



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