
Mi compañera y cómplice, ladrona por antonomasia, que robaste de mí más de un suspiro y que invisiblemente sigues robando, cual ladrón roba las monedas caritativas a un ciego mendigo. Qué será de nosotros, qué será, hoy que somos nada, hoy que las miradas se caen por el peso de la angustia y que por sapiencia sabemos que los besos y abrazos no sabrán ni se sentirán igual a la distancia.
Qué dirá la banca en la que nos solíamos sentar al ya no sentir nuestros cuerpos encima: el tuyo sobre del mío, el de los dos sobre la banca y así todo sobre el concreto, sobre la tierra y el universo.
Ya no habrá motivo de recorrer las cuadras que solíamos recorrer, ni soltarnos las manos al ver pasar a algún conocido que en realidad seguiremos desconociendo; Y mucho menos -por desgracia- volver a intercambiar la piel bajo la mesa, escondidos como prófugos, como si amarnos fuera ilícito, ilegal. Vaya que lo fue, sólo para el resto.
Ciertamente, pertenecemos con orgullo a esos amores clandestinos, siendo resistentes a nuestros alrededores que por infortunio intentaron, sin darse cuenta y sobre todo sin conseguirlo, desmembrar nuestros te quiero tejidos en versos bajo el matiz oscuro encerrado en nuestro inubicable rincón, sin más luz por la rendija que una tenue proyección de la luna llena que estoy seguro recordarás hasta tus últimos días, porque será esa misma luna la que volverá a salir una y tal vez, infinitas veces más para recordarte lo gratificante que es ser.
Sólo queda decir que después de todo, por fin logro entender y comparto tu esmero, cuando intentabas no desentonar al cantar cierta canción que ha terminado por resumir el motivo de nuestra imcertidumbre. Ahora la verdad es que también, yo no sé mañana, si estaremos juntos, si se acaba el mundo.
Pd: Espero quizá, volverte a encontrar, no importa si en las 6 vidas siguientes.
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