
Cuando nació parecía normal... Como todos los de su especie, con todos los huesos habidos y por haber en su lugar, unas orejas
punteagudas, un par de ojos
desafiantes y un único corazón dispuesto a latir gracias a una inercia producida por un sentimiento de agita.
Era pues un nacimiento ordinario a base de una fecundación ordinaria por parte de unos padres totalmente ordinarios, nada nuevo, nada extraño en la manada universal.
En los primeros meses de su existencia sus padres lo cuidaron de la mejor manera, lo engreían con desmesura, le llenaban el estómago con los
ratoncitos que siempre saltaban por las fronteras de su territorio. Él, de mente abierta, alucinaba que eran canguros en miniatura y después de
tragárselos los vomitaba y jugaba con ellos.
Después de los ratones vinieron las liebres, los jabalíes, los venados, así una serie de especies que sus padres cazaban y que él devoraba más por compromiso que por hambre. Los tragaba por las tardes y los vomitaba por las noches sin que nadie (especialmente los de la manada) se diera cuenta.
El día en que sus padres dejaron de alimentarlo, decidió dormir hasta que el hambre se manifestara y llegara al extremo de remover sin piedad sus tripas, de esa manera se provocó un malestar
desagradable. Gracias a ese malestar por fin decidió despojarse de su letargo,
levantose una mañana del lugar donde se encontraba, esta vez estaba dispuesto a llenar su estomago de cualquier cosa con tal de que sus intestinos lo
dejaran en paz, pero eso sí, estaba decidido, nunca más volvería a ingerir ni
ratoncitos saltarines, ni liebres revoltosas y mucho menos venados timoratos.
Nunca antes en la historia de la manada universal se vio a un león herbívoro, sin duda alguna un ridículo para la manada y para todos los de su especie. Qué insólito, qué
inverosímil e inaceptable tener como
miembro a un
león que por pereza había dejado de ser carnívoro para alimentarse de las hojas de los arboles gigantescos y de los charcos de fango espeso que abundaban en el territorio silvestre.
De un momento a otro se corrió la voz por toda la espesura de la selva y Leónidas, el
león herbívoro, se convirtió en la mofa de los monos, en la risa de las panteras, en el cosquilleo de los elefantes y así en un sinónimo de burla para todas las
especies existentes en el
terráqueo. No había jolgorio en donde no se contara una broma sobre el pobre Leónidas.
Extraído del conjunto, marginado y señalado con el dedo o mejor dicho con las patas, demostró poseer un irrefutable poder de
convencimiento, una afluencia de palabras extraordinarias salidas no por la boca sino por el corazón.
En
primer lugar se dedicó a convencer a los leones holgazanes que sobrevivían comiendo carroña, a ellos los sedujo con la idea de que no era necesario ir atrás de un animal cuando la naturaleza iba atrás de ellos mismos, los árboles y arbustos estaban en todo lugar y no escaseaban, por tanto no había porqué fatigarse más en salir de
cacería.
En segundo lugar persuadió a los
lonjevos, les dio donde más les dolía, les hizo ver que tenían pellejos en vez de carnes, que la vista y el oído les fallaban cuando estos siempre han sido indispensables para la caza, que los colmillos se les habían caído y que no tenía nada de
satisfactorio el lamer la carne dejada por otros y mínimo por orgullo y conciencia no debían ser un estorbo, menos una humillación a su historia esperando caridades del resto.
Lo que comenzó como un caso en particular se extendió hasta los confines más
reconditos de la madre selva, los leones estaban divididos en dos grupos: Los
carnivoros siguiendo un
presecto de años de moralidad,
horrorizados por los liberales
sinvergüenzas, conspiraban contra ellos, contra la anormalidad
sucitada y defendida por Leónidas, el que fuese en un primer momento un simple escarnio, ahora
líder de la revolución de la
ingesta de hojas. Era sin duda un fenómeno exótico.
Fueron pues los
conservadores moralistas los que decidieron dar el primer y único paso agresivo en el conflicto: Crearon un complot contra Leónidas y los suyos. En un
anochecer menguante concretaron la emboscada planificada con meses de
anticipación.
Viose el
león herbívoro rodeado por más de cuarenta intolerantes que consumieron su cuerpo esbelto, compacto, de pecho amplio y de
vibrisas prominentes. En cuestión de minutos, cuando no hubo más carne porfiada que
deborar y quedaron sólo los pelos, los huesos y las tripas de Leónidas, se escuchó a lo lejos un aullido
unisolo que escarapeló los cuerpos de los cuarenta intolerantes,
invadiéndoles no el miedo pero sí la incertidumbre y la curiosidad de probar las tripas llenas de hojas y tallos. Cuando por fin decidieron hacerlo se dieron con la sorpresa de que las hojas y los tallos apostados al interior de las tripas de
Leónidas hacían que el sabor reproducido en sus paladares sea
extremadamente celestial, de ese modo los leones moralistas
empezaron también a consumir árboles, primero a escondidas y luego ya no importaba nada pues todos lo hacían con descaro, sin
vergüenza, total ya ningún
león era
carnívoro y como suele suceder en estos casos,
Leónidas terminó siendo recordado como un
mártir y
líder,
líder de la revolución de la
ingesta de hojas e inspiración de venideras anormalidades.
He aquí el porqué desde entonces los leones son herbívoros.